No soy nutriólogo ni mucho menos, pero la vida por fortuna me ha llevado a conocer y disfrutar de los placeres culinarios.

Cuando se trata de comer, no me ando con medias tintas. Crecí acostumbrado a ver que el plato de mi guisado fuera vasto y cuando era posible, se desbordara del plato.

No deseo ver una combinación de gotas de salsa, espumita de sabor y hojitas que sólo se distinguen con lupa. Me gusta ver lo que como y sobre todo, comer lo que conozco.

Y así lo he inculcado a mi hijo. En año y medio de vida, el no ha comido nada de papillas, sino que ha visto y se ha asombrado con las formas y texturas de lo que se lleva a la boca.

Una de las lecciones que aprendí de mi papá es que, cuando se trata de comida, nunca se escatima. Y eso pienso transmitírselo también a mi niño en su momento.

Dicho esto, hasta este punto podrían pensar que ignoro el alarmante tema de la obesidad, pero no hay nada más erróneo que eso.

No abogo porque todos nos atrevamos a superar las hazañas de Adam Richman de su programa Man versus Food o estoy diciendo sea un firme defensor de la dieta de Vitamina T. Sólo estoy convencido de que hay ciertos placeres de la vida en los que aplica el lema de que menos es más y en otros no.

Por ejemplo, al viajar, no disfruto estar a bordo de ningún vehículo –sea terrestre o aéreo– por más de 6 horas (y miren que me encanta manejar). En mi casa, prefiero mantener una decoración modesta, a una demasiado barroca o con lo último de lo último en tendencias.

Y por último, cada vez que puedo, voy a nadar al club en horarios que me permitan tener la alberca sola para mi aunque sólo sea por 25 minutos. Eso sí, cuando se trata de comida, la moderación no es lo primero que pasa por mi cabeza.

Pareciera que a los chefs internacionales de hoy les dio por confundir platillos sofisticados con precariedad, y que detrás de la cocina nouvelle, molecular u orgánica se esconden porciones mínimas de comida. No sé qué suceda con estos restaurantes fancy que sirven espumas en lugar de salsas consistentes, infusiones en vez de sopas o esferificaciones donde podrían ir frutas.

No sé ustedes, pero yo no quiero que mi comida se evapore cual éter en el aire mientras la llevo del plato a la boca. Quiero sentir a los vegetales crujir al masticarlos o percibir cuán tierno está mi corte de carne. Se trata de disfrutar. Justo como cuando mi hijo se lleva a la boca un pedazo de brócoli y se bate con la salsa de la pasta.

El menú de hospital me lo reservo sólo para cuando estoy enfermo. No sé de quien fue la idea de que comer foi gras de un vaso para shot o alguna proteína líquida en una cuchara de porcelana grandota es algo gourmet.

Y lo reitero, no abogo por los combos extra grandes con exceso de carbohidratos, pero les apuesto que el hombre de las cavernas no apreciaba un alimento que fuera precario.

A ver, por ejemplo, imagínense que van a un museo que exhibe una pequeña litografía en cada una de sus salas, o que asisten a un concierto de un poderoso quinteto de rock en el que sólo tocan uno o dos de sus integrantes –les apuesto que más de uno pediría reembolso de su boleto, ¿a poco no?

¿Entonces, por qué la gente no se queja cuando ve que su plato principal consiste en una fina rebanada de chuleta de cerdo y puré de camote en una porción para un niño de un año? ¿Por qué nos engañamos al tratar de sentirnos ‘en onda’ mientras llevamos a nuestra boca un poco de gelatina de pimiento rojo, que seguramente cuesta el equivalente a cuatro semanas de comida corrida?

Cuando voy a un restaurante, llego con hambre, en espera de que la entrada que pida me haga salivar y me prepare para engullir, como Dios manda, un guisado que me dejará satisfecho, seguido de un postre que me gusta acompañar con pacharán.

No me importa cuán colorido o creativo luzca un platillo de comida molecular al servirlo en la mesa, si no me exige una caminata por el parque después de comerla, sinceramente, paso.O díganme, ¿qué tiene de gourmand tener que comer una orden de tacos al pastor después de un menú de 8 tiempos en un restaurante sofisticado porque te quedaste con hambre?

Sé que hay que ser versátil y tener apertura a la hora de comer, pero siento que, en general, los restaurantes de alta cocina están provocando que sacrifiquemos lo sabroso de la comida por presentaciones minimalistas en aras de una propuesta culinaria modernista. Sea lo que sea eso.

¿Qué pasó con los estilos de cocina tradicionales?
Estimados chefs, tomen nota: a menos de que la intención de su idea gastronómica sea la de añadirle sabor a mi carne, por favor, absténganse de ponerle pétalos y gotitas coloridas a mi plato.

Una respuesta a “El plato del buen comer que quiero inculcar a mi hijo”

  1. […] de las cosas que a muchos papás nos interesa inculcar a nuestros hijos, la actividad física se ha convertido en una prioridad clave, al ser fundamental […]

Replica a Cómo fomentar el interés de tu hijo en el deporte: guía para papás – Cosas de papá Cancelar la respuesta

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Tendencias